Por Mariana N. Viñas*
Ilustración: María del Carmen Rodríguez Schanton
-Bestia… ¿Qué hiciste de tu vida? – y yo no atinaba a decirle
en ese instante todas las altas cosas,
preciosas y nobles que estaban en mí,
y que instintivamente rechazaban su llaga.
Roberto Arlt, El juguete rabioso
Primero fue un rumor, empezó temprano y para antes del mediodía ya estábamos todos en la playa. La policía había armado un cerco chico y sin mucho esmero había tapado el cuerpo con una bolsa, pero como el viento en la costa puede aumentar de repente, ahí nos quedamos a esperar que soplara fuerte y nos dejara ver algo. Mientras, no dejó de correr el chisme que fue cambiando los nombres y los detalles en cada vuelta:
Parece que es la de Gómez, estaba borracha y murió de frío o de sobredosis La taparon rápido porque está completamente desnuda. Es una de Buenos Aires que se vino atrás del hijo de la Olga hace dos meses, ¿se acuerdan?
Pero el hijo de Olga estaba ahí, mirando como todos, con las manos en los bolsillos y cara de recién levantado.
Para la hora en que los chicos debían entrar al colegio nadie se había movido, hasta las maestras y la directora estaban. Los pibes, adivinando la tarde libre, jugaban un poco más allá entre las dunas.
Cuando al fin el viento bravo de mayo cruzó el mar y levantó parte de la bolsa, pudimos confirmar la sospecha: el cadáver sobre la arena era el de una mujer. Al ratito nomás llegó un fiscal y nos fuimos alejando. Ya sabíamos algo.
Pensé que pasarían algunos días para enterarnos quién era la piba (porque yo me la imaginé joven) y meses para saber quién la había matado (porque yo me la imaginé asesinada) pero me equivoqué. Esa misma tarde aparecieron en el Facebook, en la página de la Villa, varias fotos de la mujer, totalmente desnuda, con la cara hundida en la arena y el pelo suelto volando foto a foto con el viento, como en esos dibujitos que se filman moviendo los muñecos. Seguimos sin saber o darnos cuenta de quién era la desdichada, hasta que a la noche apareció una foto de la cara. Todo el día habíamos tirado hipótesis y nombres y ya casi habíamos concluido que no era alguien de la Villa, si no simplemente alguna que había encontrado su destino en nuestro pueblo.
Mi idea de asesinato era apoyada por la mayoría, pero varios se inclinaban por el suicidio y todos le pusimos una carita sacando la lengua a la que posteó un link con Alfonsina y el mar.
La muerta era una de las Sordia. Haciendo repaso entre todos, nos dimos cuenta que ninguno de ellos había estado esa mañana en la playa.
El apellido era Soria, pero como eran una familia de sordos, se los conocía como los Sordia desde siempre.
La mayoría vivía de pedir, sobre todo en verano cuando el pueblo se llena de turistas. Durante los meses de invierno se las rebuscaban tocándonos el timbre y cobrando planes. Amadeo Soria y su mujer eran sordos y había tenido seis hijas sordas, siete en realidad, pero una, la única oyente, se les había muerto antes de los quince. De aburrimiento, era el chiste común.
Pobre Sordia -fue el primer comentario en el chat- ya van dos hijas que se le mueren.
Seguimos un rato más -afuera se adivinaba el viento helado y la bruma sobre el mar lengüeteando los espigones- pero ya habíamos perdido el entusiasmo. La foto nos había revelado una identidad menos interesante que todas nuestras conjeturas.
Al fin alguien nos rescató del aburrimiento con un comentario ¿Quién habrá sacado las fotos? Enseguida pensé en los peritos, claro, pero cuando otro preguntó: ¿el mismo asesino?, no dije nada porque eso bastó para que todos los conectados nos convirtiéramos en detectives.
Volvimos sobre las primeras fotos tratando de encontrar alguna pista, algún indicio. Uno mencionó huellas alrededor del cuerpo, otro el hecho de que no hubiese sangre y ahí los del bando del suicidio insistieron con su idea. Alguien se preguntó porqué estaría desnuda. En una de las fotos se veía la sombra del fotógrafo alargada sobre la arena. Alguna de las mujeres habló de violación. Seguimos un buen rato elucubrando posibilidades, al fin y al cabo, en un pueblo costero en invierno no hay mucho que hacer.
A eso de la una, cuando desde todas las casas podía sentirse la furia del mar y las olas rompiendo contra el muelle, se conectó Isidro. Recién llegaba de un viaje a Norteamérica al que había llevado a la familia y se estaba enterando de todo.
Che, ¿y si fue el primo de la muertita?
Una piedra tiró Isidro. Todos volvimos sobre las fotos, sobre la sombra en las fotos. Era una sombra larga, alta, igual que la del primo y de nariz larga, igual también. En una quedó registrado como a la sombra le volaban los faldones de lo que supusimos una campera. El primo andaba siempre así, pidiendo, asediando a los turistas por las esquinas de nuestra Villa con un camperón mugroso y viejo al que ni cierre le quedaba. Alguien acotó lo del pelo, otro habló de que varias veces lo había visto abrazado a la piba mientras esperaba el colectivo en la ruta.
Pero si son primos -defendió uno-. ¿Y qué? -escribió Isidro- no ves que son todos sordos porque se reproducen entre ellos.
Para las tres de la madrugada estábamos convencidos.
La idea apareció entre pocos en el grupo de whatsapp. No sé quién la tiró, habría que releer, pero borramos todo antes de salir. A veces pienso que fui yo mismo con la borrachera de sueño y whisky que tenía a esa hora. Lo que sí recuerdo seguro es que el que mencionó la ventaja de que fuera sordo, fue Isidro. Y tenía razón, porque no nos escuchó llegar.
Estacionamos las camionetas a unos cincuenta metros. Al bajar nos miramos apenas, una ojeada rápida de comprobación, una toma de asistencia que, sabíamos, tendría después el mismo valor que el silencio. Los que estuvimos ahí esa noche nos conocíamos desde siempre, todos habíamos nacido en la Villa y habíamos ido a la misma escuela y fueron nuestros padres los que se ocuparon de abrirse paso entre el bosque y las dunas para generar lo que es nuestro pueblo hoy. Todos sabíamos del otro, de nuestras casas, de nuestras familias, del compromiso de cada uno con el futuro próspero que queríamos para el lugar que habíamos construido.
Entrar a la casucha fue de lo más fácil, apenas empujar la puerta con el hombro o romper un vidrio. No encendimos la luz, bastó con las linternas. Todo fue rápido, las distancias eran de un par de pasos bien dados.
Nunca olvidaré la cara de terror del asesino de mierda cuando lo sacamos de la cama. Me lo imagino viéndonos en tropel y sintiendo, en su total silencio, las patadas en las costillas y nuestras escupidas sobre la cara. Para mí eso hubiese sido suficiente, pero cuando el tipo quedó inmóvil en el piso, Isidro trajo de la camioneta un bidón y lo vació en el rancho. Tampoco dije nada, nadie dijo nada y ahí nomás cuando las llamas comenzaron a crecer, a elevarse soberbias hacia el cielo, me pareció que todo estaba bien y entonces, gloriosos, al calor ese fuego desatado, quisimos gritar desafiantes, el nombre de la muerta, pero ninguno lo sabía.
* Mariana N. Viñas. Mariana Viñas, nació a fines de 1969 en la Capital Federal. Es escritora y artista visual.
En 2018 ganó el primer premio, mayores de 35 del VI concurso de relato breve Osvaldo Soriano organizado por la Facultad de periodismo de la UNLP. En 2020 formó parte de la primera antología de cuentos del concurso de Fundación La Balandra y en 2023 obtuvo una mención en el Certamen de cuento corto Osvaldo Bayer, organizado por ATE Cultura. En 2024 “El velorio de mamá” fue elegido entre más de dos mil cuentos, en el Concurso Audiocuentos organizado por Una brecha para formar parte de su antología. Otros cuentos fueron publicados en revistas digitales. Su primera novela está pendiente de edición.
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