Por Díaz Lucía Natividad*

El 23 de abril amaneció con el cielo celeste, con un aire fresco propio del otoño. Parecía que el cielo esa vez nos quiso tirar un centro y no nos mando lluvia. Expectante por el día que se venía, hablo con mi mamá y con mi hermana porque íbamos a ir juntas a la marcha, arreglamos horarios y pormenores, nos ponemos de acuerdo, definimos a qué hora íbamos a salir y esas cosas, prendí la tele buscando saber qué se esperaba para el día. 

Ahora cierro los ojos y vuelvo ahí a esos momentos, estaba nerviosa, siempre tengo un poco de nervio los días que movilizamos, pero el 23 era importante, estaba con las emociones a flor de piel desde que desperté. Cuando empiezo a ver las entrevistas que se les hacía a quienes iban a marchar y sus porqués se me venían las lágrimas, a un paso del desborde, un nudo en la garganta, no sabía qué esperar, pero tenía esperanza. 

Estaba convencida de que iba a ser una jornada importante, grande. Con las imágenes en la tele me iba ilusionando pero una pequeña duda palpitaba, un miedo que ocultaba, rezaba a algún Dios en silencio para que fuéramos muchos. Era importante demostrar fuerza, en estos tiempos depresivos hay que recargarse de esperanza, era lo que le pedía, que nos diera potencia, fuerza, ganas de salir a la calle… parecía que sí, por el relato en la tele, pero no sabía qué tanto era ilusión y qué tanto realidad.

Preparo el mate, nos preparamos con mi compañero, esperamos a mi vieja que está por venir, estoy ansiosa… 

Vamos en la autopista Bs.As- La Plata, en Avellaneda el transito empieza a estar trabado, no se puede avanzar, ya empezamos a entusiasmarnos. Va a ser grande la convocatoria, repito como un mantra, como un rezo, un deseo punzante. 

Si llegábamos y no llenábamos la plaza sabía que se me iba a partir el corazón, aunque no iba a decir nada. Dejamos el auto estacionado por San Juan más para el lado del bajo, así que caminamos bastante, llegamos para las 15hs a CABA. 

Íbamos derecho por Tacuarí, empezaban a aparecer grupos de personas, mientras íbamos caminando, agradeciendo el día, charlando, alimentando las ganas de estar, veíamos cada vez más grupos. Mi hermana comentaba que a la mañana temprano mientras mi cuñado hacia el reparto de pan vio grupitos de adolescentes que se preparaban para la movilización, estábamos como en ebullición y nos repetíamos: va a ser grande la marcha. 

Ya en Av. de Mayo a unas dos cuadras de Plaza de Mayo y ya empezaban a aparecer las banderas, carteles y grupos grandes de personas, en vez de ir a Plaza decidimos ir para Congreso, para calcular la cantidad de gente, la magnitud de la movilización. Cada vez era más difícil avanzar, nos cruzamos con un grupo de estudiantes del terciario donde estudié me doy cuenta porque Carlos Morel me mira de esa bandera negra de mi EMBA, mi terciario, les saco una foto.  

Nos ubicamos en la vereda a unas cuadras del Congreso, la marcha no había comenzado, siempre me gusto ver el comienzo de la marcha, ver quiénes encabezan, ver el arranque, ese instante de decisiones conjuntas, que caminan una al lado de la otra. Se escuchan los bombos, ahora sí, no nos podemos mover mucho, es impresionante la cantidad de gente. Nos reímos con algunos carteles bastante ocurrentes, vemos los libros que llevaron algunos, leemos las banderas que aparecen, los personajes, nos íbamos reconociendo.

Estuvimos un rato y comenzó el desfile interminable de agrupaciones, de centros de estudiantes, de personas, caminaban y caminaban, circulaban, no se detenían, avanzaban y avanzaban columnas, jugábamos a encontrar cada universidad, cada instituto, descubríamos o intentábamos descubrir a cada uno de los que estaban ahí con nosotrxs, en un momento comienzan a tocar el himno Nacional, cuanta argentinidad, nos volvíamos a encontrar. 

Comenzaban a dolernos los pies de estar paradxs, sacábamos fotos, reíamos, hacíamos análisis políticos, nos habíamos llevado los libros, no sabíamos si esa idea iba a tener repercusión, la tuvo. Algunos habían llevado libros de arte, la “Constitución Nacional”, “Las venas abiertas de américa latina”, otrxs, como yo, habían llevado libros que estaban leyendo en ese momento, yo me llevé “Deseo post capitalista” un compilado de las últimas clases de Mark Fisher (no saque ni una foto) lo que pasa es que pensé que tendría que haber llevado otro libro, quizás “la comunidad organizada”.

No nos podíamos mover, salvo para adelante, es decir caminar con la movilización porque se notaba que la convocatoria había superado nuestras expectativas, éramos como un hormiguero de 800000 personas en la calle, eso dijeron, yo sentí que éramos más de 40 millones. 

Circularon banderas peronistas, de sindicatos, de radicales, del frente de izquierda, de autoconvocadxs, de grupos de artistas, de centros de estudiantes de todos los colores, una al lado de la otra, era la unidad, era nuestro signo identitario ese que queremos defender, es nuestro límite para el gobierno, era la más amplia unidad con nuestras diferencias pero con brújula. 

La universidad para todxs, accesible, gratuita, es esperanza, sobre todo para quienes venimos de clase de trabajadores, de abajo, es el sueño de pibes y pibas pero también de padres y madres, el sueño alcanzable. Es la soberanía de nuestro pueblo y se expresó en la calle ese 23. 

La educación de nuestro país nos dio presidentes, médicxs, bioquímicxs, ingenierxs, parterxs, enfermerxs, docentes, artistas, escritores, abogados, guarda parques, nos dio satélites, construcciones, premios nobeles, salud, educación y trabajo, construyó y construye cada cimiento de nuestro país, nos dio memoria para defenderlo, nos dio pensamiento crítico, narraciones e historias, no solo la universidad, sino la educación de nuestro país. 

Ese 23 de abril, histórico, en la masividad de la movilización no solo se defendía el presupuesto de la universidad, estábamos defendiendo la movilidad social, la justicia social, el orgullo de nuestras familias, defendíamos la educación pública. 

*Lucía Natividad Díaz. Actriz, estudiante de la Lic. Artes UNSAM, militante política y feminista